Tal vez la belleza no esté en lo percibido ni en quien percibe; ni afuera ni adentro. Si hubiera que definir su espacio, diría que se da en ese momento absoluto en que la distancia entre sujeto y objeto, esa vieja dicotomía de la percepción, queda disuelta en una vibración conjunta. Sujeto y objeto, al fin despiertos, juegan a que no son.
Es ahí que aparece el universo.
La sensibilidad no es un propiedad mía: es un hecho, con todo el peso de la realidad. Y si la sensación de belleza es algo real, entonces no puedo provocarla. No puedo más que prepararme para ella.
Afino mis nervios, despejo mis sentidos. Si no me aclaro a mí mismo, podría pasarme de largo. A veces es como treparse a uno mismo o quemar una cortina, otras es hundirse en una lentitud acuática.
El momento al fin llega. Sólo me queda ver y escuchar. Y callar.