12 de marzo de 2015

Luz de otoño


Intenta encender el cigarrillo, pero no puede. La ventana del departamento es grande y antigua, casi ventanal. Le gusta mirar desde su sillón para afuera, para la calle, cuando quiere vaciar la mente; es algo así como sacar a la calle la basura cuando el cubo se llena. Ya es la tarde. Escucha los ruidos de su mujer. Pasos que van y vienen en el dormitorio. Sobre la mesa del living, las tazas no recogidas del desayuno. Mientras tanto, el gato disputa con él, desde abajo, como siempre, su lugar en el sillón. 

El cigarrillo no se enciende. No se pregunta el por qué: ni de eso, ni del gato ni de nada, pero en cambio mira las fotos de las paredes del living. Se ve sonriendo junto a ella en Nueva Delhi, Nueva York, Budapest, Hong Kong. Habían decidido viajar sólo a ciudades de nombres compuestos en la época en que estudiaban Letras y se habían enamorado. Antes, cada uno por su lado, ya habían recorrido las de los nombres simples: París, Madrid, Londres, Roma, Berlín. Les gustaba explicar a los amigos el caso especial de Budapest, que en efecto eran dos ciudades en una. Y les parecía natural y bonito que su departamento se encontrara en Buenos Aires, otro nombre compuesto. Creían que ellos mismos hacían un nombre compuesto, que hacían otra Budapest. 

y quisiera irme al Turkestán porque Turkestán es una bonita palabra, tienen anotado en uno de los cientos de papeles con frases que pegaron por toda la casa.

Su mujer sigue moviéndose y su gato prosigue el asedio de su sillón. Él lo agarra pacientemente cada vez, se levanta y lo pone en cualquier parte, lejos. Sobre las tazas de la mesa, palabras que todavía sobrevuelan. Afuera es marzo y el calor todavía abrasa, pero son casi las 3 de la tarde y ya se empieza a notar una luz distinta a la de febrero. La primera luz de otoño. Él la mira a través del casi ventanal. Su gato empieza a arañarle los pantalones. Ve a su mujer pasar. Le pregunta qué hace. Ella no responde. La ve transportar pares de medias, frasquitos, un tapado. El mismo tapado que lleva puesto en la foto de Hong Kong.

Su mujer va y viene en silencio, el gato también. El encendedor se resiste, el gato también. Él piensa que la luz del otoño es más opaca y más intensa. Más fotogénica. Es una luz que hace ver al mundo más neto. De repente recuerda que una vez, paseando por Budapest, un fotógrafo polaco intentó explicarles los misterios de la luz.

Su mujer vuelve a aparecer, esta vez para agacharse y saludar al gato. Al lado suyo hay una valija.

—Me voy —le dice, como quien dice "Llueve".

Ella agarra la valija. La misma que llevaron a Nueva York. Él no la ve irse, pero tira con fuerza el encendedor al piso. El gato entonces se esconde. Afuera es un día radiante en Buenos Aires.

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