19 de febrero de 2014

Norma ha ganado la batalla (Preocupaciones de bondi)

Él es de otra época. Lleva pelo muy corto y prolijo, camisa, pantalón de vestir y un maletín, pero no puede tener más de 21 o 22 años. Ella usa un short de jean y su aspecto es relajado. Tiene unos años más que él. Se encuentran en el pasillo del bondi, se saludan. Ella va a buscar a su novio que viene de Montevideo (irá seguramente al puerto); y supongo que él va a laburar. "¿Montevideo?". Ella cuenta que se ven cada tanto, que él viaja o ella viaja. Eso es todo. Luego comienza él: que su novia, que no la soporta más, que una semana en Mar del Plata, que en realidad a quien no soporta es a la familia, que el tío de su novia ya le había avisado: "En la que te metiste, viejo, yo que vos rajo". Ella, relajada y paciente, siempre oído comprensivo, le aconseja: "Tenés que hablarlo con ella. Hablalo bien, sin pelearte". Él dice que sí, pero que no aguanta más. Ella debe pensar —pero en realidad lo pienso yo— que su amigo es de esos tipos que aman la complicación, y que mejor escucharlo y no intentar convencerlo de nada. Me pregunto si ella también sufrirá con su relación a distancia; no lo parece. En cierto sentido, es fácil el amor a distancia. Ni siquiera parece haber dudado qué ponerse para ir a recibir a su viajero. Pero algo sufrirá, calculo. Todos sufrimos. Luego la charla vira hacia otros personajes, y así es como concluyo que deben ser parientes o algo así, y que cada tanto comparten cenas de cumpleaños o de Navidad, quizás algún fin de semana en alguna quinta en las afueras, no mucho más.

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Habla fuerte, sentado a la cabeza de la fila de asientos individuales. Su voz es casi el ruido de una moto que no cesa de arrancar. Habla por celular con un amigo. "Entendés, laconchadelalora, la culpa es de Riquelme". "Yo estoy preocupado, es un problema de actitud. AC-TI-TUD. No puede ser”. "Laconchadelalora, vos sos de la época que ganábamos todo, pero yo me acuerdo que en los noventa no ganábamos un carajo. Y esto es Boca, no es Laferrere". "El próximo partido va a ser lo mismo, acordate lo que te digo, ¿contra quién jugamos?". Así pasan 15 minutos. Su voz tiene esa antigua música quejosa del tango, que hoy es casi una reliquia, pero es un tipo de no más de 35 años. Corta con su amigo hincha de Boca (seguramente fanático, aunque no tanto como él) y empieza a hacer llamados. Descubro que es un tipo con una vida, un laburante como cualquiera. La moto no se apaga, pero baja uno o dos cambios. Da avisos, saluda con afecto, tranquiliza, da buenas noticas. Es amable, humilde, trabajador. Su voz se vuelve solícita y abandona la humedad del tango. Es un buen tipo, un tano un poco calentón nomás, pero buena leche.

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La chica abre la cartera, saca un libro y se pone a leer. Es Rayuela, una edición gigante, "por el 50 aniversario", leo en la tapa descomunal. Muy incómodo para viajar parada en el colectivo. Ella es sobria y prolija, y tiene pinta de ser abogada o contadora, unos 27 años. Debe ser de esas personas que llevan paraguas por las dudas. No llega a leer dos páginas y le suena el celular. "Norma, estoy yendo". Su voz suena imperativa, firme, casi de call center. "No tenemos nada que charlar, ya está". "No. Ya estoy en camino". "Ya está todo hablado, es tarde, Norma". Al final de la llamada, parece ceder un poco: "Bueno, en un ratito te llamo", y corta. La abogada o contadora retoma la lectura. Me pregunto por qué parte irá. Relojeo: capítulo 23. Me causa gracia que en la cabeza de la abogada o contadora en este momento coexistan los clochards y las peceras del París de 1960, por un lado, y la tal Norma, por el otro. "Norma es un nombre verosímil para este tipo de preocupaciones de bondi, ponele la firma, hermano —me diría Horacio—. Ah, y el Hakuna Matata es otro buzón de Disney. ¿Querés un mate?". La abogada o contadora lee uno o dos minutos más, hasta que definitivamente cierra el libro y lo guarda en la cartera. Se queda pensando o sólo mirando un punto fijo. Norma ha ganado la batalla, una vez más.


11 de febrero de 2014

Biografía

Nacida y criada en el escaso barrio de Sarandí, pateando lunas suburbanas y más tarde anchas avenidas porteñas, la piba se curtió de a poco, como el asado vigilado, se abrió camino por la chatarra de una ciudad indecisa y rigurosa a la vez, casi cayéndose por las esquinas de gatos psicoanalizados y viejas chusmas, palpitando esplendores más antiguos que el tiempo, ensoñaciones que la mecían por ruinas de imperios sordos y páramos desérticos de sal, ensayando piruetas casi torpes, casi cósmicas, casi alegres, seguramente humanas, sin duda vitales.