9 de enero de 2017

¿Cuánto es 2+2?


(texto con spoilers)

En la novela 1984, cuando Winston (el protagonista) se encuentra bajo la tortura del Partido y se le pide que admita que "2+2 a veces son 5", no se trata ya del simple y burdo intento de acallar las voces disidentes en un régimen totalitario, sino de algo más sutil y ambicioso. Al Partido no le interesa tan sólo que Winston sea obediente, como ocurriría con cualquier autoritarismo vulgar, sino que le importa, sobre todo, que su prisionero político piense de otro modo. Y ese otro modo es el que al Partido le viene en gana, y que en la novela de Orwell se ha ido esparciendo por las mentes como el líquido de una tormenta de enero. Utilizando la fuerza y la vigilancia sin fisuras, durante décadas el Partido viraliza. Y hacia el año 1984, tan sólo le falta atar algunos cabos sueltos, como el caso del terco Winston, aunque la idea nunca sea que estos locos desaparezcan del todo. 

Así es como, en la lucha de fuerzas de esta sociedad distópica, dos lógicas de pensamiento se oponen, pero una es infinitamente más poderosa que la otra. Y en definitiva, lo que plantea Orwell podría resumirse así: en un mundo donde el 99% piensa que “2+2 a veces son 5” y el 1% restante duda y se lo cuestiona, ¿quién tiene razón?

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¿Qué hacemos cuando creemos tener razón, pero estamos solos? Eso es lo que se pregunta 1984 en 1948. Pero ya estamos en el siglo XXI y surgen nuevas inquietudes, o las mismas, pero actualizadas. ¿Qué pasaría si, frente a un absurdo generalizado, creemos tener razón y estamos solos, pero además, de algún modo, fuimos nosotros mismos los artífices de ese absurdo generalizado? Eso es lo que se plantea en la película alemana Ha vuelto y en El momento Waldo, un episodio de la serie británica Black Mirror.

En estas dos historias contemporáneas ya no hay Partido, sino redes sociales. Ha vuelto imagina la aparición fantástica de Hitler en el presente. El Hitler que viaja desde el pasado conserva sus mañas y todo su potencial destructivo pero, en las calles de la Berlín de 2014, apenas pasa por un loco inofensivo del montón. Es Fabian Sawatzki, un periodista o editor de videos ignoto y casi acabado, cobarde y en busca de aceptación por parte de su jefe, quien rescata de la calle al Führer y lo lleva en camioneta por Alemania para filmarlo mientras el ex dictador va predicando su doctrina. 

Una de las cosas más divertidas de la película es ver cómo Hitler se aggiorna: aprende rápidamente a usar Google y comprende cómo es el pensamiento actual de muchos de sus compatriotas. Y comprende qué, claro, nada ha cambiado demasiado. Sawatzki, mientras tanto, renueva sus esperanzas como periodista, hasta que descubre, aterrado, que su caballito de batalla era en verdad el mismísimo Adolf Hitler.

En El momento Waldo, Jamie, el protagonista, también es un laburante de los medios. Tiene más éxito que Sawatzki, pero se siente igualmente frustrado e insatisfecho con su máxima creación, el dibujito animado Waldo. En uno de sus shows, un político conservador y de prolijo discurso se enfrenta discursivamente con Waldo. Y pierde, claro. Así es como Waldo termina por ser un candidato más en las elecciones. En la búsqueda por ser alguien, Jamie lleva al límite el potencial de su criatura hasta que ya es demasiado tarde. Como Sawatzki, Jamie se da cuenta de que ha creado un monstruo. 

Ambas ficciones también nos pintan el panorama complicado de dos de las democracias occidentales más “avanzadas” del mundo, un escenario en donde los dibujitos animados son políticos y donde las renovadas consignas hitlerianas no provocan mayor escándalo, y en algunos casos hasta vuelven a generar admiración.

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El desenlace de ambas historias es tan perturbador como inevitable: tanto Waldo como Hitler van alcanzando los objetivos que se proponen. Persuaden a sus audiencias. Mientras tanto, Sawatzki y Jamie, sus dos creadores, marchan hacia la maginalidad y la locura. Son dignos herederos de Winston.

1984, Ha vuelto y El momento Waldo parecen ser unánimes en esto: hay una lógica que es infinitamente más poderosa, infinitamente más persuasiva que la delgada voz de la conciencia que cada tanto nos sugiere que “2+2 siempre son 4”, una lógica con un rostro reconocible (el Gran Hermano, Hitler resucitado o Waldo), pero que en realidad es profundamente despersonalizada, un gigantesco aparato productor de sentidos que casi todos aceptan sin chistar. Una lógica que es la gran piedra en el zapato para cualquier discurso biempensante que pretenda tener una visión progresista de nuestra extraña especie.

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Finalmente, apunto un matiz entre los personajes. Winston, que es un personaje del siglo XX y no usa las redes, se ve explícitamente obligado a aceptar o a recrear la enorme ficción que lo aplasta. Si trabaja borrando archivos, es porque está obligado a trabajar para el Partido. Si se traga la lógica del Partido, es para no morir, para que no lo torturen más. Sawatzki y Jamie, en cambio, viven en democracias de países desarrollados, “modelos a seguir”. Sólo que se sienten frustrados, no son nadie, y entonces cada uno recrea su pequeña ficción, como quien está aburrido o angustiado, y se hace una cuenta de Instagram para sumar seguidores. Luego sobreviene la varita mágica, la marea aleatoria de los likes, las visualizaciones y los tweets. La ficción cobra vida propia. Y una vez que fue apuntalada, orgullosa de sí misma, se vuelve despiadada con sus progenitores. Una vez que se impone, andá a frenarla. 2+2 a veces son 5.