6 de marzo de 2013

Tu piedra y tu espejo

Sobreviviste, creés. Después de haber andado pedazos de camino, milagrosos andamios entre la destrucción, encontrás una piedra segura donde sentarte. De los barcos bajó un día el estruendo, y luego tu recuerdo se vuelve negro y naranja, una casi monotonía que aún no lográs pensar. ¿Fue de los barcos o fue de las montañas? Ahora ya no hay temblor ni gritos, pero las palmeras siguen creciendo entre la nieblahumo. Lo que fue tu mundo es ahora una pared de aire ácido que se te pega a la garganta. En la piedra, a salvo, te consuela chupar de tu preparado líquido, amargo y burbujeante. 

Asistís así, desde tu piedra insólita, al día después. Los que alguna vez fueron tus iguales ahora te son extraños. Los ves pasar en filas y son apenas espaldas furtivas que te miran. Son ahora los esclavos de un cielo de tiza. Vos no sabés todavía qué sos, pero no es ese color tu señor ni tu cielo. Imaginás, en cambio, dos ojos. Que los imaginás no es exacto: los concebís. Los buscás. 

¿En qué rostro caberá tu asombro para saciarse? No dejarás de buscarlo de ahora en más. Un espejo reconocible. Intentás volver a dibujar una flor y después un jaguar. El color te quedó, comprobás. Entonces con algún resto de paz volvés a chupar de tu bebida. Tuviste que hundirte en la noche para poder sobrevivirla. Ahora, después de días de haberte fundido con el temblor, volvés a escuchar el mar que no se cansa nunca de afirmar su arrullo insomne. En algún lado debe estar: el mar, también el espejo. Ya recordarás los caminos, el camino, y en esta nueva certidumbre encontrás sosiego. Sos de un tiempo ya antiguo, tan por fuera de nuestros calendarios que en realidad pasás a ser parte de lo que no cesa de ocurrir. En ese tiempo sin números, se libra tu suerte, la forma de tu huella, y puede que no haya otra manera de librarla, repitiéndola en todos los suelos y sueños posibles.