2 de julio de 2014

Di María mon amour

La noche después del partido Argentina-Suiza, soñé con una vaca. El animal estaba en la calle y se movía sin control. Yo tenía miedo y trataba de mantenerme quieto, apretado contra una pared, mientras la vaca se sacudía: poseída, rabiosa, vital. Al final llegaron unos bomberos o policías, le inyectaron un tranquilizante rojo en el pelaje (no en el cuerpo), y la vaca se fue desplomando suavemente, hasta quedarse dormida en la posición de un manso perrito.

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Esa mañana yo amanecí preocupado porque me acordé de que este viernes tengo dentista. Me duele una muela y los dentistas me dan miedo. Más tarde, el gol de Di María me encontró en el laburo, viendo el partido por la tele. Lo único que recuerdo es que grité el gol abrazando como loco a un compañero, tomándolo por su cabeza. Eso es lo que recuerdo: gritar el gol abrazando una cabeza, casi como si estuviera ahorcando a su portador, como en esas películas yanquis en que el héroe de brazos de acero aparece de atrás y les da vuelta la cabeza a sus torpes enemigos, con el consabido crack final del pobre cuello. Ahorcar para matar o para festejar un gol de Di María. Para festejar, también, que el asunto de la muela había dejado de preocuparme.

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Gol. Caos en lo cotidiano. Leí el otro día que la irrupción de la barbarie, o su simple amenaza, no sólo infunde el caos en el orden, sino que lo muestra. Es decir que lo caótico ya estaba en lo ordenado, lo primitivo estuvo desde siempre incubando allí, en el corazón de la civilización. Esa tarde, luego del partido, yo tenía un examen de francés. Las ideas no se matan, escribió una vez Sarmiento citando casualmente en francés, el idioma de las Luces. El Padre del Aula aludía a los bárbaros, a los que irrumpen. Pienso en nuestro Di María desarticulando la compleja maquinaria enemiga, el relojito suizo al fin destartalado, la Europa al fin desbaratada. ¿Cómo iba a hacer para concentrarme en dar el examen, después de ese gol? Una hora después, las piernas todavía me temblaban. Concentrarme en la voix passive, le gérondif, le participe passé. Volver a la gramática. Pero no. Seguir acordándome de esa jugada. Di María, mon amour. 

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Creo que entiendo el fanatismo argentino por Di María, una repentina devoción que todavía Messi no logra conseguir del todo en "el fin del mundo", como diría el Papa gaucho. El lomo del Pocho Lavezzi, los huevos de Di María. A Messi no le gustan los excesos. Corre lo necesario, y pocas veces se equivoca. Messi es cerebral. Tiene la habilidad sudamericana, pero la mentalidad europea. Antes que equivocarse, a veces prefiere la nada, la ausencia. Di María, en cambio, se inclina por el caos. Corre como loco. Si Messi tiende a lo apolíneo, Di María es un jugador dionisíaco. Es lógico que a los argentinos nos conmueva ese derroche de vida, ese esfuerzo, esa búsqueda poco metódica que se manda mil cagadas y al final tiene su premio. Quizás Di María es un jugador argentino propiamente dicho.

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Le cuento el sueño de la vaca a una amiga psicóloga. Como interpretación, se le ocurre primero el asunto este del descontrol por el partido contra Suiza. Y luego agrega: “Y lo que se descontrola es la vaca, es decir, Argentina”. 

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Después me dice mi amiga que la asociación vaca-patria es lo primero que se le ocurrió, que no es un análisis serio. Por mi parte, seguiría pensando en una interpretación más profunda acerca de la vaca, pero en 48 horas ya se viene Bélgica. Ah, y antes... el dentista.