24 de julio de 2017

Cuatro veces ciudad - @lacallejuelasinfin


Bajá predispuesto y sin sed, sin querer ser el paso que todavía no diste. Bajá como si fueras una nube. Cuando llegues, no te pongas en el andén en pose de pasajero, mirando el túnel del lado que tiene que venir. Mirá a los que tenés en frente, del lado contrario. Mirales los pies, los tapados, los pibes que les cuelgan de los brazos y que tienen mirada de nube. No recuerdes quién sos, quién fuiste hoy a la tarde o quién querés ser mañana. No compres revistas. Que se haga tarde en la ciudad, pero que te encuentre predispuesto.


Los dos mozos de la pizzería semivacía están como dibujados, mirando hacia la calle. La pizzería es como un tubo y en el fondo, cruzando la avenida, la cartelera del teatro dice bien grande la palabra CULO. Los dos mozos parecen mirar fijo hacia el fondo del tubo donde está la palabra. De repente, no entiendo lo que pasa. Uno de los mozos le hace un gesto al otro, como de asentimiento, o como si dijera: "Es así nomás, viejo". Pero no tengo idea en realidad. El otro mozo no hace el menor gesto, no acusa recibo. Sólo mira fijo hacia la palabra del cartel. O hacia nada. Yo termino de comer y empiezo a caminar por el tubo hasta salir a la calle. Mientras cruzo la avenida, saco una foto así. En algún lugar lejos del tubo, atardecía. 

@proyectoerizo
Pensó que esa tarde era la indicada. Tomó su sombrero y las llaves. Su gato lo acompañó hasta la puerta, a través del largo pasillo. Al llegar al final, se detuvo. Su gato lo miraba con perplejidad. Sacó las llaves del bolsillo del pantalón y le quitó la traba al cerrojo. Y tocó la puerta. Una, dos veces, tocó la puerta desde adentro varias veces y esperó. Esperó que algún peatón interrumpiera su marcha y se frenara del otro lado. Él se fijaría entonces por la mirilla. Pero nadie pasó. Así permaneció unos minutos, parado frente a la puerta de salida. Pensó que la mejor estrategia era esperar y seguir tocando.

@jpp_8
"La propaganda manda cruel en el cartel", decía el viejo tango "Afiches". Pero esto es Buenos Aires, 2016. Esto ya no es tango, acá ya no está la vidriera de un lado y el tanguero del otro, con su rincón en donde tiene "ganas de balearse". El rincón era su búnker. Era el siglo XX, había búnker. Pero acá no hay rincón, no hay búnker, sino que todo es cartel, todo es la chica del cartel. Eso sí: cada tanto ocurre que afuera del cartel aparece una mujer en el piso (¿pero hay un afuera?). No sabríamos decir qué mujer es más real. Si el cartel es real, la mujer es una extraña aparición. Tal vez haya una matrix, una especie de supercartel que produce los carteles y cada tanto, porque está aburrido, la excepción: la señora en el piso. La señora indiferente a la matrix. En su búnker. Mientras tanto, ¿alguien podrá alcanzar esa matrix, aunque sea escribirle un tango?




5 de abril de 2017

Hay de todo y el Enola Gay


Así como cuando cruzamos las vías y viene un tren hay que tener cuidado porque, como dice un poema, one train may hide another [un tren puede ocultar otro tren], yo no me había puesto a pensar que podría haber otro motivo detrás de las dos bombas atómicas de Estados Unidos contra Japón, al margen de lo estrictamente bélico. Yo creía que las dos bombas de Truman eran una especie de mal necesario para la lógica de aquel entonces: de un tirón, borramos unos cientos de miles de personas del mapa y así le ponemos fin a la guerra. Pero no. Hay que tener cuidado: con las bombas y con las explicaciones. Las primeras sirven para morir; las segundas, para vivir; pero exactamente, para vivir en un determinado estado mental: "era un mal necesario".

Con la suerte de la guerra ya decidida en favor de los Aliados, parece que Truman quería impresionar a Stalin (y al mundo). Ambos líderes ya olfateaban el futuro bipolar. Y claro que era difícil de impresionar el tipo de los bigotes impasibles; digamos que ya estaba acostumbrado a los gajes de la pólvora. Hacía falta una novedad para sacudir a Iósif: el poder atómico. Make it new, Harry. Si es nuevo, dos veces bueno. 

Hay una explicación al alcance de la mano para todo, o para casi todo. Esa explicación es la primera que nos llega, y es la que nos deja tranquilos: así es como tiran dos bombas atómicas, o nos aumentan el gas un 200%, y nosotros nos quedamos tranquilos. Porque la guerra, porque Pearl Harbor, porque el sinceramiento, porque qué se le va a hacer. Es espantoso que se tiren bombas atómicas, pero la idea de que se tiran con una cierta lógica, en el fondo, nos tranquiliza. Estados Unidos está en guerra contra Japón. Estados Unidos ataca Japón. BUM. Guerra é finita. Unos ganan y otros pierden. Y lógicamente son los nazis, los malos, los que pierden. Bueno, y Japón, pero Japón queda muy lejos. Nos encanta el juego del TEG. Pero no. Estados Unidos no ataca Japón. Estados Unidos habla. Se pavonea. Y ataca sólo porque el costo-beneficio le cierra: es otro tipo de lógica, pero más difícil de tragar que la convencional. Para nosotros, los espectadores, hay un segundo horror, después de las bombas, que es que hay una segunda explicación después de la primera. Descubrir que el ataque en realidad puede ser apenas un mensaje, y que el destinatario es todo el mundo excepto los destinatarios directos del mensaje (los japoneses), realmente nos embarra la cancha. Está el juego del TEG, por un lado, y están sus explicaciones, por el otro. Pero las dos cosas están juntas, aunque una esconda a la otra, como en el caso de los trenes.

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Mensajes. Uno escribe en público por las redes sociales a una persona que ama o a una persona que está muerta, y es para que lo lea alguien en especial o todos, quizá, todos menos el destinatario oficial del mensaje. Es para que lo lea cualquiera menos a quien va dirigido. Messi putea al árbitro, Messi, el de la conducta intachable, un jugador en quien una actitud así no puede ser leída como un caso más del folclore futbolero. "Messi nunca fue expulsado", dicen. ¿Habría puteado al árbitro si no hubiese estado jugando en Argentina? ¿Si no lo hubiesen estado filmando? En esa tradición tan nuestra de fagocitar a los ídolos exigiéndoles cualquier cosa, quizá a Messi le estuvimos pidiendo durante años este aguante, este autodestruirse por una pasión. Y Messi se largó solito, insultó al árbitro nomás, como en una especie de rito iniciático de la argentinidad (el otro sería su opuesto o complemento: "Hacete amigo del juez"). Pero el destinatario de la puteada era lo de menos. Por eso, el árbitro coherentemente afirmó que no había recibido ningún insulto. Quizá era un sabio y comprendió que el mensaje no era para él, sino para satisfacer las demandas de nuestro sentido común. Y encima nos regaló un penal. Un capo, el árbitro.

Mensajes. Cualquiera puede ser el destinatario, menos el destinatario. Amor, odio, despliegue de poder. Hay de todo. Lo que es común en todos los casos es que el destinatario es una excusa. Hiroshima es una excusa para que a Stalin finalmente se le crispe el bigote.

Hay de todo y el Enola Gay, decía Calamaro, en alusión al avión que tiró la bomba sobre Hiroshima. Pero el Enola Gay quizá sea, en menor escala, lo mismo que ese de todo. Las bombas y los mensajes no son lo que parecen, no apuntan a quienes parece que apuntan. 

Otras veces ni siquiera parece haber mensaje, o una explicación al alcance de la mano. ¿Por qué el gobierno argentino, mientras toma deuda y recorta en educación, le compra tanto armamento bélico a Estados Unidos? ¿Por culpa del kirchnerismo? No es tan fácil encontrar la excusa. Y necesitamos que nos mientan, así nos sentimos un poco valorados. El otro día un padre mató a un técnico de fútbol infantil, llevando al extremo (y para que Messi tome nota) el rito iniciático de la argentinidad futbolera. Y el otro día en Caballito un tipo mató a puñaladas a otro en la calle. Sin motivo. Cuando leía la nota, pensaba en los familiares de la víctima, pensaba en el momento en que se enteraron de la muerte, primero, y cuando supieron de la falta de móviles, después. ¿Es un poco exagerado pensar que la segunda noticia, el hecho de que no hubo motivo, es casi tan trágica como la primera? Cuando yo me enteré de lo que pasó, buscaba en la noticia el motivo con ansias: un robo, un asunto personal, una discusión, algo, lo mínimo que fuese, pero algo. Pan y explicaciones queremos. ¿A quién mató el tipo en realidad? ¿En qué se convierte un asesinato cuando la víctima podría haber sido literalmente cualquier otro?

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Hoy es 5 de abril, y el fin de semana fue el turno de hablar un poco de los caídos, ya agotado el tema de los desaparecidos (somos grandes creadores de participios). Después, generalmente vienen los huevos, según el año, y luego las fechas patrias que generan consenso en todos. 

¿Cómo se explica Malvinas? No lo sé, pero seguramente no por el lado del heroísmo. Y entonces también pensaba estas cosas porque, por ejemplo, a un soldado de Malvinas probablemente le resulte difícil entender que tal vez no se sacrificó por la patria, sino por motivos menos refulgentes. Malvinas es Hiroshima, o el tipo que mataron en Caballito, o el árbitro de Argentina-Chile. Destinatarios  aleatorios. 

¿Y el piloto del Enola Gay? ¿Habrá sabido por qué apretó el botón? Stalin, seguramente sí.

9 de enero de 2017

¿Cuánto es 2+2?


(texto con spoilers)

En la novela 1984, cuando Winston (el protagonista) se encuentra bajo la tortura del Partido y se le pide que admita que "2+2 a veces son 5", no se trata ya del simple y burdo intento de acallar las voces disidentes en un régimen totalitario, sino de algo más sutil y ambicioso. Al Partido no le interesa tan sólo que Winston sea obediente, como ocurriría con cualquier autoritarismo vulgar, sino que le importa, sobre todo, que su prisionero político piense de otro modo. Y ese otro modo es el que al Partido le viene en gana, y que en la novela de Orwell se ha ido esparciendo por las mentes como el líquido de una tormenta de enero. Utilizando la fuerza y la vigilancia sin fisuras, durante décadas el Partido viraliza. Y hacia el año 1984, tan sólo le falta atar algunos cabos sueltos, como el caso del terco Winston, aunque la idea nunca sea que estos locos desaparezcan del todo. 

Así es como, en la lucha de fuerzas de esta sociedad distópica, dos lógicas de pensamiento se oponen, pero una es infinitamente más poderosa que la otra. Y en definitiva, lo que plantea Orwell podría resumirse así: en un mundo donde el 99% piensa que “2+2 a veces son 5” y el 1% restante duda y se lo cuestiona, ¿quién tiene razón?

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¿Qué hacemos cuando creemos tener razón, pero estamos solos? Eso es lo que se pregunta 1984 en 1948. Pero ya estamos en el siglo XXI y surgen nuevas inquietudes, o las mismas, pero actualizadas. ¿Qué pasaría si, frente a un absurdo generalizado, creemos tener razón y estamos solos, pero además, de algún modo, fuimos nosotros mismos los artífices de ese absurdo generalizado? Eso es lo que se plantea en la película alemana Ha vuelto y en El momento Waldo, un episodio de la serie británica Black Mirror.

En estas dos historias contemporáneas ya no hay Partido, sino redes sociales. Ha vuelto imagina la aparición fantástica de Hitler en el presente. El Hitler que viaja desde el pasado conserva sus mañas y todo su potencial destructivo pero, en las calles de la Berlín de 2014, apenas pasa por un loco inofensivo del montón. Es Fabian Sawatzki, un periodista o editor de videos ignoto y casi acabado, cobarde y en busca de aceptación por parte de su jefe, quien rescata de la calle al Führer y lo lleva en camioneta por Alemania para filmarlo mientras el ex dictador va predicando su doctrina. 

Una de las cosas más divertidas de la película es ver cómo Hitler se aggiorna: aprende rápidamente a usar Google y comprende cómo es el pensamiento actual de muchos de sus compatriotas. Y comprende qué, claro, nada ha cambiado demasiado. Sawatzki, mientras tanto, renueva sus esperanzas como periodista, hasta que descubre, aterrado, que su caballito de batalla era en verdad el mismísimo Adolf Hitler.

En El momento Waldo, Jamie, el protagonista, también es un laburante de los medios. Tiene más éxito que Sawatzki, pero se siente igualmente frustrado e insatisfecho con su máxima creación, el dibujito animado Waldo. En uno de sus shows, un político conservador y de prolijo discurso se enfrenta discursivamente con Waldo. Y pierde, claro. Así es como Waldo termina por ser un candidato más en las elecciones. En la búsqueda por ser alguien, Jamie lleva al límite el potencial de su criatura hasta que ya es demasiado tarde. Como Sawatzki, Jamie se da cuenta de que ha creado un monstruo. 

Ambas ficciones también nos pintan el panorama complicado de dos de las democracias occidentales más “avanzadas” del mundo, un escenario en donde los dibujitos animados son políticos y donde las renovadas consignas hitlerianas no provocan mayor escándalo, y en algunos casos hasta vuelven a generar admiración.

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El desenlace de ambas historias es tan perturbador como inevitable: tanto Waldo como Hitler van alcanzando los objetivos que se proponen. Persuaden a sus audiencias. Mientras tanto, Sawatzki y Jamie, sus dos creadores, marchan hacia la maginalidad y la locura. Son dignos herederos de Winston.

1984, Ha vuelto y El momento Waldo parecen ser unánimes en esto: hay una lógica que es infinitamente más poderosa, infinitamente más persuasiva que la delgada voz de la conciencia que cada tanto nos sugiere que “2+2 siempre son 4”, una lógica con un rostro reconocible (el Gran Hermano, Hitler resucitado o Waldo), pero que en realidad es profundamente despersonalizada, un gigantesco aparato productor de sentidos que casi todos aceptan sin chistar. Una lógica que es la gran piedra en el zapato para cualquier discurso biempensante que pretenda tener una visión progresista de nuestra extraña especie.

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Finalmente, apunto un matiz entre los personajes. Winston, que es un personaje del siglo XX y no usa las redes, se ve explícitamente obligado a aceptar o a recrear la enorme ficción que lo aplasta. Si trabaja borrando archivos, es porque está obligado a trabajar para el Partido. Si se traga la lógica del Partido, es para no morir, para que no lo torturen más. Sawatzki y Jamie, en cambio, viven en democracias de países desarrollados, “modelos a seguir”. Sólo que se sienten frustrados, no son nadie, y entonces cada uno recrea su pequeña ficción, como quien está aburrido o angustiado, y se hace una cuenta de Instagram para sumar seguidores. Luego sobreviene la varita mágica, la marea aleatoria de los likes, las visualizaciones y los tweets. La ficción cobra vida propia. Y una vez que fue apuntalada, orgullosa de sí misma, se vuelve despiadada con sus progenitores. Una vez que se impone, andá a frenarla. 2+2 a veces son 5.