17 de abril de 2015

Lluvia de otoño


[Continuación de "Luz de otoño"]

Sopla mucho el viento en abril. Hace por lo menos dos o tres noches que viene soplando así, prometiendo una lluvia que no llega. Pero esta noche es distinta, esta noche sí, claro que va a llover. Por eso agarra una botella de vino y una copa, saca la reposera al patio, se sienta y espera.

Hace ya varios días que está viviendo en la casa de sus padres, en un barrio hacia el sur de la ciudad. Se puso contenta al reencontrarse con su perro Giles. Se divirtió al repasar la biblioteca que había dejado allí congelada, unos diez años atrás, antes de mudarse con él. Era como viajar en el tiempo: Nietzsche, Kafka, Sartre, Cortázar, Galeano. Tomó un libro del uruguayo: abrió una página con una frase subrayada con birome por él.

Ahora el color del cielo del patio abandona los matices y se va poniendo monótono, gris rosado. Él tenía la costumbre de subrayar los libros de ella con birome azul, tal vez un poco para provocarla, o tal vez para generar un vínculo, una ilusión de duración. La birome no se borra fácil. Pero eso fue hace mucho. Ahora ella pone un viejo recital de Soda Stereo y espera la lluvia.

—¡Giles, vení!

Giles. Cuando era cachorro, a su viejo perro le había puesto “Giles”. La etimología tenía que ver con Gilles Deleuze, el de los rizomas oscuros y bonitos. Pero ella insistía en el hecho de que era un nombre en plural, "Giles", y le gustaba exagerar, a lo argentino, la fonética de la “g”. Era extraño, claro, llamar a un ser vivo en plural. Ella decía que era su modesta y canina lucha contra la ilusión de la identidad.

Oh, mi corazón se vuelve delator
traicionándome


Cada vez más viento. Se acuerda de la última pelea. Ella suele hablar dormida, se le escapan las palabras. Una vez reveló un nombre, y esa vez él no dormía y escuchó.

Ese recuerdo la pincha: se tiene que parar, moverse un poco. “¡Oh, mi colchón se vuelve delator!”. Está borracha, se ríe y le canta al cielo de abril. Pero parada, siente el mareo. Se sienta de nuevo en la reposera. Acaricia al viejo Giles y, como puede, escribe por Whatsapp:

—Está por llover acá. Me estoy separando.

El uso del gerundio deja pensando al destinatario, que es precisamente el dueño de aquel nombre. ¿Separarse es un proceso? ¿No era un simple punto en el espacio-tiempo? Es como los que dicen “Me estoy muriendo”. Imagina dos ravioles rebeldes, que hay que ir separando de a poco. Imagina, o recuerda, ese proceso de reproducción celular que le hacían dibujar en la secundaria. Cree que se llamaba “mitosis”.

Rizomas, mitosis. Volvemos entonces a ella. El vino tinto la dispersa y, acariciando a Giles, piensa en los rizomas y en la importancia ridícula e innegable que tiene la biología, pero de repente la interrumpe un nuevo mensaje. No es el anterior destinatario de nombre trágico, que sigue pensando en la extraña frase, sino la otra parte de aquel proceso biológico de la secundaria:

—Creo que nunca me voy a olvidar del todo de vos. No me respondas, pero quería que lo supieras.

Ella se queda mirando fijo la pantalla del celular, hasta que empieza a mojársele. Al fin empieza a llover. Entonces pliega la reposera y, como puede, se vuelve a meter en la casa. En el apuro por no empaparse, olvida la botella de vino afuera. De todos modos, está casi vacía.

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14 de abril de 2015

Desparramada


Y no sabes si detenerte o llover,
y parada sobre el mundo a tus pies
Fito Páez, Tus regalos deberían de llegar


El mundo es un sitio inmenso, pensás, y en el centro del parque del Retiro, de repente, el recuerdo de un patio. O deberías pensar vivencia. En el patio es el verano de la otra ciudad, es la inminencia del atardecer y sus voces y sus agobios dulces, y el calor es compacto y es como un bloque de humedad que calza a la perfección en el patio del claustro. De fondo, el sonido de un canto gregoriano, que inesperadamente te mece. El patio es el centro inmóvil de una ciudad en espiral, derramada, sin cartografía que le haga justicia. Ciudad de bares, de cables, de golpes, de goles, de flores.