7 de septiembre de 2013

Bernal Oeste

Los primeros habitantes salen
a festejar el sol de los vivos

Bernal. Veo desde el colectivo el paisaje de una primavera precoz. En Bernal las mañanas tienen más sol. ¿Alguien sabe por qué? ¿Qué renace ahí cada día? El bondi se va llenando, pero no me animaría a preguntarlo en voz alta. No sé qué tiene este lugar pero acá la luz cae a baldazos desde el cielo y se estrella contra los árboles, las piedras de las casas, la brea de las calles sin tránsito. Un amigo mío dice que para él Bernal es el mejor lugar del mundo. Qué se yo del mundo, pero es cierto que Bernal me hace escribir cosas que en unos años me van a dar risa. No sé qué hay en Bernal, qué dispositivo de ligereza se activa acá. Bernal por la mañana es un concierto de esos de Mozart en que las gordas cantan con fruición. Ah, el pasto verde. Te lo firmo: el pasto bernalense es más verde que en Quilmes. Y por el centro porteño, barrio de calles como pozos, la gente comenta, a veces, que el pasto existió el finde que pasó.

Mirando por la ventanilla pienso que no estuvo mal que el tren no funcione, para así elegir el colectivo y pasar por lugares así. Después me voy a pasar el día acordándome de la plenitud de esas calles. Finalmente Bernal se termina y ya estoy en la autopista. Me acuerdo de que Albert Camus confiesa que el renunciamiento a la belleza exige una grandeza que a él le falta. Pienso en otra variante: esa grandeza para renunciar a la belleza es la misma que se necesita para renunciar a la tristeza. Ser un poco o bastante cáscara. La grandeza de una boya que nunca se hunde en el océano infinito. ¡Nunca se hunde! Mi lengua se pregunta si una boya tendrá sabor. Creo que se engaña solamente porque "boya" tiene nombre de fruta. Hay en ese flotar una virtud, a la vez que un renunciamiento a ser ola, sal, calma o tempestad. Ser sólo boya. Qué bueno, qué malo. No sé qué pensar.

Es que la tristeza: ¿qué hacemos con la tristeza? Bien se puede disfrutar del sol de los vivos, ¿pero después qué? No se puede ser poroso a la carta, a gusto y placer. La boya no es boluda y esto lo sabe bien. Por eso camina sin remordimientos y hasta orgullosa de su firme logro cotidiano. 

De todos modos, la mañana no se desintegra sino que se prodiga en pedazos. Tomo nota. Hay las boyas. Hay también los que se reverencian ante Apolo y puede que después, obsesivos, generen la sombra con sus cuerpos encorvados. Trato de escribir bien eso para no olvidármelo. Y también, laboriosos, ciertos habitantes van recolectando las chispas. Encuentran el brillo, como pueden. Chispas en las copas de los árboles, en las patitas ávidas de los perros, en el punto superador en que el llanto y la risa son una sola cosa. También hay chispas que cayeron en ojos. No se apagan por mucho que laburen los párpados.