16 de marzo de 2011

El dedo meñique de Chopin

Siempre pensé que la música es algo superior a la literatura, las letras, el lenguaje. Le pasa el trapo, admitámoslo. Y arranquemos de cero. Todos los literatos del mundo no alcanzan a llenar la cancha de Ferro. Hay más ricoteros argentinos que literatos de los siete mares. Aun así muchos seguimos leyendo y escribiendo, y una buena idea es, entonces, escribir lo más parecido que se pueda a un tema de Piazzolla, por ejemplo. Hacer de una birome, aunque sea, el dedo meñique de Chopin.

Es que la música tiene de hija a la literatura, y entonces siempre creí que la poesía era la forma literaria más elevada, en la medida en que es lo que más se parece a la música. La única máxima de escritor que me fabriqué podría enunciarse así: las letras serán sirvientas de la música, o no serán.

Entonces, si escribo, puede ser para llegar a la única música que puedo hacer. Dios me dio palabras, y me dijo: "Arreglátelas". Adelante, entonces. "La tenés adentro", me dijo Dios. Sin pianos, con un teclado Lenovo, también uso teclas, pero a mi modo; armo mi "música", y por eso casi siempre releo en voz alta lo que escribo: para ver si suena bien. Si yo fuera profesor de literatura en el secundario, a los pibes les tomaría, como examen final, la lectura en voz alta de cualquier texto medianamente poético. El capítulo 7 de Rayuela, ponele. Evaluaría la musicalidad de sus lecturas en voz alta. ¿Saben qué? Nos iríamos todos a marzo; probablemente yo, el profe de literatura, también: como un alumno más. Y la nueva profe, en marzo, sería la de música: incluso podría ser una solterona de 50, alcohólica, militarista, fanática del Febo asoma a morir.

Mi máxima aspiración es llegar a ser un "escritor musicalizado", si se me permite el exabrupto. Sería algo así como un periodista deportivo que a la vez juegue bien al fulbito: un Macaya Marquez que, cuando se junta con amigos, tire buenos caños y se defienda pateando los tiros libres.

A veces, como hoy, escribo no para hacer "música" (je), sino para entenderla un poquito. Quiero ponerle palabras a Dios. Aunque seguramente es al pedo hablar de Dios. Es tan imposible como pintar a mano, solitariamente, el Coliseo, y después darle una segunda pasada.

Pero ya fue, dale que va. Me pregunto para pasar el rato: ¿qué es eso que nos pasa cuando, de repente, escuchamos unos acordes nuevos de guitarra y sentimos que somos otros? ¿Qué tecla de nuestro corazón se aprieta cuando una cuerda suena bien hondo? A mí me pasa: escucho una canción nueva y siento que cambié, y para siempre. La música corrió unos centímetros el eje en que me paro en el mundo. In my place, de Coldplay, es un terremoto japonés.

¿Pero soy otro? ¿O soy el mismo ser, pero con más ser? Pequeña sutileza.

Qué horrible me expreso, qué barbaridad es el lenguaje. Pero, a ver: es lo que hay. Sigamos, entonces. Recién le di duro a Youtube. ¿Esa música nueva me dio algo nuevo o simplemente sacó algo que ya estaba en mí? ¿La música me da otra cosa o simplemente me despliega? ¿Me agrega un ser que no tenía o me deja sentir lo que ya estaba en mí, archivado y olvidado por ahí? Bla, bla, bla.

A lo mejor yo soy un chico que está como loco jugando a la Play Station cuando la música, mi abuela,  de repente viene y me dice:

–Querido, mirá el chiche que encontré en el sótano. Es un autito, era de tu padre.

***

Tesis de café: a veces creo que la música nos habla de un paraíso en el que todos hablamos el mismo lenguaje. No hay Babel en la música, no hay ruido ni caos: esa es su seducción insuperable. En cambio, aquí abajo, entre palabras, nos volvemos sordos y locos. Sordolocos.

Por ejemplo: Alguien 1 dice "te amo" a Alguien 2. "Perras negras, y resulta que te quiero", dice Cortázar. (Perras negras –sólo negras– son las palabras para él, que en su máquina de escribir no usaba el Word). Alguien 1 dice "Te amo"; suelta a las perras negras. Pero Alguien 2 se queda duro: no entiende o se hace el que no entiende. Y ahí está: el principio del caos.

Solamente paramos la oreja y somos todos una Gran Oreja cuando escuchamos música, esa Palabra que no es palabra.

¿Sigo escribiendo esto? ¿Pa´qué? Palabras que se estrellan, borrachas, contentas de su fin. Qué locura esto de escribir. Dale play, mandale cumbia, y que no se hable más.

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