26 de mayo de 2011

Un sentimiento triste que se escribe

Es probable que el tango, como cualquier música, primero entre por los oídos, nunca por los ojos sordos. Sin embargo, a mí me gusta googlear las letras de tango y leerlas así nomás, peladas, sin orquesta de fondo. Quiero ver si se la bancan solitas. Aquí va, entonces, un intento de análisis de algunas letras de tango que me llamaron la atención alguna vez.

1) Bolsillos flacos, palabras gordas. Tal vez lo que más me fascina del tango es el yo poético que construye, muchas veces una imagen de tipo fracasado y muerto de hambre... pero que no se resigna espiritualmente. No sacrifica la belleza, no proyecta la escasez de su economía personal a una poesía famélica, cagada de hambre. Bolsillo flaco, pluma potente. El letrista de tangos no habla de cómo le pegó el vino o el fasito, ni ruega a las mujeres que meneen el culo. Esas son letras cagadas de hambre. Se podría decir que, al igual que el cumbiero, el tanguero típico es una especie de marginal. Pero un marginal que es capaz de decir:

Igual que en la vidriera irrespetuosa
de los cambalaches
se ha mezclao la vida

Pese a la miseria, importa aquí la forma de decir las cosas. Increíble que una vidriera pueda faltar el respeto. Genial que se llegue a la imagen de que la decadencia moral es un cambalache. Yo también querría saber decir tanto en una sola palabra.

2) Contraste poético. Lo que prefiero del tango es el contraste. Hay siempre irreverencia, hay mezcla entre pasión noble y hediondez, entre limpieza y suciedad, entre la solemnidad y su posterior ruptura. Por ejemplo, de la agridulce Malena se afirma que tiene "voz de alondra", pero en seguida se la acusa, se la difama (aunque no deje de ser un piropo):

Tus tangos son criaturas abandonadas
que cruzan sobre el barro del callejón.

Y el "otario" de Yira yira pone a la esperanza en el mismo estatus, la misma relevancia, que la yerba lavada:

Cuando no tengas ni fe,
ni yerba de ayer
secándose al sol...

El futuro, el supuesto "mañana" en que vendrán los males merecidos, queda asociado a una simple imagen de entrecasa:

Y mañana, cuando seas 
descolado mueble viejo...

Y Discépolo, que sabía de contrastes, inmortalizó la siguiente metáfora:

y herida por un sable sin remache
ves llorar la Biblia junto al calefón.

3) El tango filosofa. El existencialismo baila el tango también. Esta es quizá la frase más hermosa con la que me encontré en una letra de tango:

Ya sé, no me digás, tenés razón,
la vida es una herida absurda.

Los dos versos se van al carajo, no sólo el segundo. Esa atmósfera de diálogo de compinches y de charla de cafetín, que da el primer verso, acentúa la belleza de la sentencia que le sigue: "La vida es una herida absurda". Una herida, claro, pero no de cualquier tipo. Lastimarse el pie jugando al fútbol, ser despedido de un trabajo y ser traicionado también son heridas, pero perfectamente explicables. Son heridas razonables. La vida en sí misma, en cambio, sí que es absurda: como dicen los filósofos, es estar arrojado en el mundo sin razón alguna, porque sí.

Y también es existencialista —y no simplemente sentimentalista o "emo"— empezar un tango de este modo:

Si arrastré por este mundo
la vergüenza de haber sido
y el dolor de ya no ser.

Ser y no ser: el que canta es conciente de que la existencia no se sostiene por sí misma si no se justifica en algo más allá de sí misma. El que canta piensa, y entonces sabe que, en el siglo veinte, sin un proyecto que reemplace a los dioses viejos ni nada que acelere el corazón, no se es.

Hoy en día, también conoce el tanguero la esencia íntima de la memoria. Luego de décadas, su nostalgia se fue refinando hasta que se volvió conciente de sus propios mecanismos, sus propias trampas. Filósofo puro es quien sabe que el pasado que recuerda sólo es el pasado que elige o desea recordar:

Lo que vi o creí haber visto
lo soñé, quise vivirlo.
Lo recuerdo de un recuerdo,
lo inventé para decirlo, para decirlo.

4) El corazón común. Lo peor del tango es su llanto excesivo y su cursilería, pero supongo que es este un lastre que arrastra todo gran género musical. Un letrista, como cualquier persona que se enamoró una vez, siempre atraviesa una primera etapa de sentimentalismo, o sea, de sentimiento ya masticado por otros. Hay una especie de corazón anónimo, de insípido "corazón común", al que siempre se puede recurrir cuando uno quiere expresarse sin mover un dedo. (La cursilería no es más que la vagancia del poeta o del cómodo enamorado). Al apelar a eso, el tango naufraga en versos como este, que por suerte son minoría: 

¿Por qué sus alas tan cruel quemó la vida?

Obsérvese el contraste con este otro fragmento, de la misma canción:

Sus ojos se cerraron,
y el mundo sigue andando.

En el primer caso, estoy seguro de que el letrista no estaba sinceramente pensando en "alas", sino que vino esa fácil imagen "poética" a tenderle una trampa. En cambio, cuando dice que "el mundo sigue andando", la imagen es exacta: casi que me lo puedo imaginar asomándose a su balcón, tomando mate y contemplando el movimiento de la calle, la mañana posterior a la muerte de su mujer.

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