12 de julio de 2011

La importancia de llamarse Lucila Frend

Por eso te vas,
y hay algo de bueno en tus ojos
sin querer
Luis Alberto Spinetta, Laura va

Hoy vi la noticia de que Lucila Frend fue declarada inocente y tuve una sensación agridulce, se me mezclaron los sentimientos. Por un lado, me puse eufórico porque yo creía en su inocencia. Pero mi tristeza fue honda cuando la escuché declarar, luego de abrazarse con sus seres queridos, lo siguiente: “Me voy a ir del país”, dijo Lucila Frend. Silencio en mi mente, furia en mi corazón. “Todo por llamarse así”, pensé luego, frente al teclado. Por la importancia de llamarse así.

Pero antes de ahondar en su nombre, necesito dar mis excusas, como si yo también, junto a Lucila, fuera culpable de algo. Es que el mismo rostro que a todos inspiró maldad satánica a mí me transmitió inmediatamente profunda pureza. Mientras las señoras de barrio sentenciaron: “Es obvio que es culpable... Tiene una cara de loca”, yo callé. Hasta hoy.

Es que yo siempre la juzgué bella e inocente a la vez. Quizás incurrí en la falacia de creer que, por el hecho de que toda inocencia es bella, toda belleza es entonces inocente. Ya sé que una cosa no implica la otra. Es la misma trampa en que caen con tanta frecuencia los padres de hijas consentidas y los cornudos crédulos. Qué se yo; el punto es que le creí.

Yo también, como Francisco García Santillán (su abogado), la defendí. Sin ir más lejos, el mes pasado me tomé vacaciones anticipadas y volé a Córdoba Capital, en donde asistí al 38° Congreso Nacional de Camioneros. 

En la tercera jornada, luego de discutir si era legítimo piropear a un travesti desde la cabina del camión, se debatió acerca de la belleza de Lucila Frend. Un tal Hugo expuso su tesis Un fierrazo le hecho, pero las tetas bien gracias. Me encontré con que la mayoría era de esta opinión. En vano invoqué los finos rasgos sajones de Lucila, sus pequeños ojos celestes, su innegable capacidad para llorar en los momentos justos. Me retiré abucheado del recinto.

***

Ahora sí, vamos al punto. El nombre de Lucila Frend es una joyita literaria, pero también es su máxima cruz. 

Por un lado, por ese aire londinense, es una opción perfecta para la protagonista de una novela policial, que podría llamarse La importancia de llamarse Lucila Frend (The importance of being Lucila Frend, en inglés). Pongámosle a su amiga Solange otro apellido digno de Agatha Christie y el inicio de la novela quedaría buenísimo:

La lluviosa mañana de enero en que Solange Mc Allister fue hallada muerta, bajo circunstancias inciertas, su íntima amiga Lucila Frend se levantó como siempre para tomar su desayuno...

La traducción en inglés quedaría aun mejor, de antología:

The January rainy morning on which miss Mc Allister was found dead, under uncertain circumstances, her closest friend Lucila Frend woke up, as usual, to have her breakfast...

Si a eso le sumamos la importancia del significante (fonéticamente, frend significa amiga en inglés), tenemos la novela perfecta. Pero Lucila Frend, aquí y ahora, en este país, es sinónimo de maldad.

Ningún argentino bien nacido querría tenerla en su Facebook. A nadie le gustaría que, en su propio muro, apareciese publicado lo siguiente:

Paulita Torres ahora es amiga de Lucila Frend

Imaginemos el escalofrío que correría por los amigos de Paulita que leyesen eso. Y Lucila sabe esto, sabe que se llama como se llama. Y por eso ha dicho: “Me voy del país”.

Lucila no es como el “Tano” Pasman, su contra-figura, la otra cara de la moneda. Ambos eran dos civiles anónimos cuyos nombres saltaron a la fama de un día para el otro. Pero, mientras el Tano (héroe gallina, el "Beto" Alonso del siglo XXI) ha sido elevado, en sólo una tarde youtubera, a lo máximo de la Argentinidad (es el dios máximo del Olimpo del Gran Hincha Argento), Lucila Frend es la anti-heroína, es la maldad hecha nombre y apellido. Merece morir.   

Por eso el Tano Pasman —de agresividad, racismo y xenofobia recontra filmados y probados— no declaró que se quiere ir del país, pero Lucila —de culpabilidad ni filmada ni probada—, sí se va. 

Así que se las toma. Porque nadie la quiere: porque Lucila, qué paradoja, es Frend.

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