11 de septiembre de 2010

El loco anfibio

Con mi amigo Diego, filósofo marca Puán, tenemos la teoría de que hay más locos de lo que uno cree. A simple vista, parecería que la mayoría de los hombres está en su sano juicio, insoportablemente en su sano juicio. Sin embargo, hagan la prueba de observar la realidad. Después de leer este estudio, empezarán a encontrar locos allí donde antes sólo veían abogados y peluqueros de salón. Verán qué mundo de locos es este. Verán que los cuerdos somos, en realidad, una secta anacrónica, unos nostálgicos de un tiempo que nunca vivimos, que en verdad nunca ocurrió.

Adentro y afuera

Este estudio se centrará en lo que he denominado “locura anfibia”. Es el loco que navega en la ambigüedad: a veces está dentro del mundo cotidiano; a veces se pianta y luego te mira con cara de póker. En primer lugar, me gustaría descartar dos nociones clásicas de locura, una por obvia y otra por falsa: 

Locura napoleónica: la noción obvia de locura es la que se incuba en los manicomios, entre psiquiatras y ansiolíticos. Es el famoso loco de mierda, el desquiciado mental, el demente. Es la locura fácil de identificar, la que está irremediablemente fuera de nuestra sociedad. Por eso no es tema de este estudio. 

Locura pomelística: Por otro lado, la noción falsa de locura es la que se incuba en las mentes de la gente tonta, pero no loca. Es el Pomelo de Capusotto. Dentro de este grupo, se cuenta todo aquel que “se hace el loco”: el rebelde sin causa; el que se droga para quedar bien; el que patea botellas de cerveza, a las cuatro de la mañana, al grito de: “Una bandera que diga Che Guevara, un par de rocanroles y un porro pa´ fumar”. A veces, hacerse el diferente es la mejor manera de lograr ser igual al resto. El sentido común es asombroso: entre sus máximas, incluye una que contempla la existencia de estos desgraciados:

“Existe una posibilidad de vulnerarme a mí, al Sentido Común, sin que yo me enoje: ir en contra de mí a propósito”.

Pomelo es el loco que está irremediablemente adentro, también fácil de identificar. Por eso no es tema de este estudio.

El loco anfibio: mitad adentro mitad afuera

El loco que compete a nuestro estudio es aquel que incluso ignora esa última máxima, porque el loco anfibio ignora el sentido común. Esta es su bandera. O su cruz.

Ocasionalmente, de casualidad, lo puede respetar. A veces, de pedo, le sale ser gente seria y coordinada. Pero no se dejen engañar, amigos lectores y cuerdos: la sensatez nunca fue la vocación del loco anfibio.

El problema es que, a simple vista, parece cuerdo. Y no faltará algún astuto que nos cuestione: “Además, todos estamos locos, en mayor o en menor grado”. Y yo sostengo fervientemente que no. En realidad, subo la apuesta: claro que todos estamos locos. Pero hay una diferencia fundamental entre los locos-cuerdos y los locos-locos: el chip del sentido común. 

Supongamos, por un rato, que nosotros somos del grupito de los cuerdos. Nosotros tenemos el chip; lo hemos incorporado con el paso del tiempo, en la escuela o en el hogar. Como un eficiente oficial de aduana, el sentido común selecciona qué es lo que debe salir al exterior. Al loco anfibio, en cambio, le falta esta membrana: como resultado nefasto, y a la vez sublime, la locura se le pianta. El loco anfibio, de repente, se queda sin filtro.  

Voy a dar un ejemplo actual. Las Leonas hoy ganaron el campeonato mundial. Yo estoy seguro de que a muchos, como a mí, les dieron ganas de salir a festejar. Un loco anfibio sería alguien que hoy, por ejemplo, saliera “como loco” a festejar el campeonato de Las Leonas, tocando bocinazos hasta el Obelisco al grito de: 

“¡Y ya lo veee, y ya lo veee, el que no salta es holandés!”. 

Nosotros nos reprimimos porque "no da", porque "es cualquiera". Este ritual es exclusivo del fútbol, sí, pero sólo porque así lo estipula el sentido común argentino. En el sentido común argentino, está implícita la siguiente máxima:

“No festejaréis como locos un logro mundial de Las Leonas, pero sí cualquier victoria chota de la Selección de fútbol en la primera ronda de un Mundial”.

Nosotros, gente cuerda, conocemos esta regla como el Padre Nuestro. Esta máxima es un chip que tenemos metido desde siempre. Pero el loco anfibio, de repente, la ignora.

A nosotros, la gente cuerda, se nos antojaría hacer mil cosas que el sentido común aborta con su miserable correctivo: “¡No te conviene, salamín!”. Vamos caminando por la calle, por ejemplo, y vemos a un gordito arrodillado, atándose los cordones. Lo vemos de frente y ya empezamos a sospechar lo inevitable. Cuando lo pasamos de largo, nos damos vuelta y lo vemos de espalda: sí, comprobamos que se le ve la raya. ¡Con cuánto gusto nos reiríamos, soltaríamos la gran carcajada! "¡Jjjjuaaa, jjuaaa!". Pero en seguida una rigurosa preceptora de secundario, interna y gritona, viene con el palo de amasar y se termina la joda:

“No te reiréis cuando caminéis solos por la calle: rápidamente deberéis transformar la risa en una torpe mueca”.

Y reprimimos la risa.

¡Los he visto, lo juro!

Para que quede aún más clara nuestra teoría, les brindaré tres ejemplos de la vida real, que les juro que comprobé empíricamente:

(nota: los nombres propios pueden haber sufrido modificaciones para preservar la vida de las personas aludidas, y la mía también)

1) Una chica sonriente, look barrilete cósmico, llega a la clase. Porta en su cabeza una vincha de varios colores. La locura interna que habita en los veinte estudiantes piensa de forma unánime: “¡Pedazo de vincha!”. Pero, mientras diecinueve alumnos callan, uno dice de golpe, sin rodeos:

—Me parece que hoy Laurita se vino con una vincha.

Como ese pibe y Laurita no tienen confianza, el comentario resulta antipático y causa el repudio, también unánime, de los demás estudiantes. Como resultado, el loco anfibio es expulsado de nuestra sociedad: muere en su verdad (que en el fondo es la de todos).

2) Voy sentado en el subte, relajado. Llega una estación y el tipo que tengo al lado se para, previo rodillazo en mi pierna izquierda: porque sí, porque le pintó. Nos miramos unos segundos, en silencio, hasta que el hijo de puta se baja.

¿Cuántas veces vamos en el subte repleto de gente y nos molesta hasta el pestañeo del que tenemos al lado? Una parte nuestra, la parte loca, nos susurra al oído: “Dale, golpe bajo, ¡codazo a los riñones!”. Pero no: respiramos hondo, somos los mejores maestros de yoga.

3) Por último, el mejor caso. Una chica porteña conoce por chat a un chileno que, luego de un tiempo, se viene a visitarla a Buenos Aires. La relación no prospera y, a los tres días, vuelve a cruzar la cordillera. Un tiempo después, en una charla de Messenger, sucede lo siguiente:

Chileno.—No me dejes, María Luisa.

María Luisa.—Chileno, lo nuestro no va más. Está caput.  

Chileno.— Oye, pó, que mi madre quiere charlar contigo pó. Te paso con ella. 

María Luisa.—…

Supuesta madre del chileno.—Hola, ¿cómo estai?

María Luisa.—Bien… Un gusto, señora.

Supuesta madre del chileno.—Oye, argentinita, Carlos es un buen chico. Él sufre mucho por ti, te quiere.

María Luisa.—Ah…

Supuesta madre del chileno.—Dele una oportunidad, niña, no sea así de malvada… así de argentina.

¿A quién se le ocurriría la estrategia de hacerse pasar por su mamá para levantarse una mina? ¡Es genial! ¡Artillería pesada si las hay! ¡Chileno, sos la envidia de Maquiavelo! ¡Cachai chileno huevón, chileno loco!

Conclusión

Esperemos que estos ejemplos empíricos basten para confirmar nuestra teoría. Ahora vayan, lectores atentos, sagan a la vida, identifiquen a los locos. Los verán en el subte, en el chat, en la facultad. Pero ojo que los encontrarán cerca: en los gestos e impulsos de sus jefes, de sus novias, de sus santas madres... de ustedes mismos.

3 comentarios:

  1. El loco anfibio ideal es el niño, el que dice "mirá, mami, qué gorda que es esa señora". Y lo dice a dos pasos de la señora, la cual va de ahí al psicólogo, o mejor aún, a la nutricionista. Cuando el niño pasa al estado adulto debería desarrollar -formación fundamental en su crecimiento- una especie de filtro que clasifica y discrimina todas las acciones posibles en dos grupos: actitudes dignas de un sujeto que forma parte de la sociedad y otras actitudes según las cuales serás visto como un loco. El loco anfibio no desarrolló ese filtro y actúa indiscriminadamemte, como le sale. A simple vista parece normal, pero examinándolo cuidadosamente uno puede notar en pequeñas acciones quien es un loco anfibio sin más...

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  2. Recién leí lo que vos, Ale, escribiste.
    Sólo quiero agregar:
    1) que mis problemas emocionales los describiste perfectamente como consecuencia de gente que padece "Locura pomelística" y se cruza en mi camino (o los cruzo en mi camino jaja).
    2) luego de leer "Al loco anfibio, en cambio, le falta esta membrana: como resultado nefasto, y a la vez sublime, la locura se le pianta. El loco anfibio, de repente, se queda sin filtro" descubri que BOLUDOOOO SOY UNA LOCA ANFIBIAAAAA, nací sin filtro yo, ¿qué hago vieja?, en serio, no lo tengo, se fue o en realidad nunca se desarrolló.
    3) Lo del golpe en los riñones (2do ejemplo del loco anfibio) lo hago siempre en el colectivo (como sabrás mi tesis doctoral en subte se está realizando..)


    en fin..
    ésto es genial, seguí escribiendo porque me encanta reirme sola y con éstas cosas lo logro ampliamente.
    saludos cordiales.

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  3. Mientras leia pensaba mucho en Lula, es vdd.. tiene varias cosas de "loco anfibio" sobre todo lo de esa membrana con funcion de filtro no desarrollada o si, pero inutil!

    y por otro lado pensaba que el loco anfibio tiene la inocencia de los chicos.. no tiene animos de ofender.. simplemente le sucede. Deben ser muy poco conflictuados, sin demasiados problemas.. una ganga!

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