1 de enero de 2011

Mamá, papá... soy uruguayo

Todo argentino tiene la costumbre de admirar irracionalmente a otro pais. No sé qué nos pasa. Parecería que no nos bastara con el nuestro. Así, tenemos argentinos afrancesados (a patadas), pro-yanquis, cubanoides o fanáticos del sushi japonés. Siempre tenemos largas colas en las embajadas y consulados, incluso en épocas de vacas gordas. Bueno, como yo también soy argentino, no puedo ser la excepción. Y a mí me pasa con Uruguay.

Mi fanatismo por el país vecino viene, sin dudas, de mi abuela, que fue uruguaya. En la década del treinta, a mi bisabuelo lo nombraron cónsul uruguayo en Argentina, y entonces se cruzaron el charco. 

Sin embargo, la explicación no se acaba en mis ancestros. Tengo más para confesar. Todas las costumbres argentinas que más he incorporado son, casualmente, también uruguayas. Hablo del fútbol, del mate, del asado, del tango. ¡El tango! ¿Qué importa si Gardel fue o no uruguayo! Inútil polémica. Julio Sosa, que cantaba mejor, lo era sin discusión.

Hernán Casciari, autor del blog Orsai y de Más respeto que soy tu madre, viene a ayudarme con esta confesión. Se ve que a muchos argentinos nos pasa esto de vernos claramente en este diminuto espejito celeste. Al respecto, el gordo Casciari nos dice:
De chico miraba con fascinación horas y horas, a escondidas, un mapa enorme del Uruguay, y pronunciaba en voz alta los nombres de las ciudades en donde me habría gustado nacer: Durazno, Canelones, Cabo Polonio, Treintaitrés. Mi mamá golpeaba con insistencia la puerta del baño: —¡Hernán! ¿Qué estás haciendo tanto tiempo ahí adentro? —me gritaba. Yo plegaba el mapa, rojo de vergüenza, y tiraba la cadena para disimular, pero la oía susurrarle a mi padre:—Tu hijo está otra vez metido en el baño, con el mapa de Uruguay —decía acongojada—, vas a tener que hablar con ese chico.
Amén, Casciari. Yo nunca me encerré en el baño a mirar el mapa de Uruguay, pero creo que fui más lejos. Cuando tuve la oportunidad de conocer ese país, ni lo dudé: me metí en bolas al mar. Fue en Cabo Polonio con mi amigo Lele, lo recuerdo. El agua era transparente, y los únicos testigos eran unos lobos marinos menos chusmas que un budista. Me bañé libre y desnudo; lo hice en honor a mi Uruguay querido. Nunca se nos habría ocurrido hacer lo mismo en Gesell o en la playa Bristol, con el Casino y los otros lobos marinos de testigos. 

Por otro lado, soy de River y crecí en los noventa. ¿Qué significa eso? Que crecí escuchando una y mil veces el siguiente cantito, en alocada alusión al Enzo Francescoli:

—¡Uruguayo-uruguayo-uruguayo-uruguayo-uruguayo-uruguayo!

Para los riverplatenses, ese fue el hit de los noventa. Para mí, además de eso, fue un guiño más del destino, un nuevo latido de mi sangre charrúa.

Como si esto no bastara, conocí la cancha de River cuando fui a ver un Argentina-Uruguay, partido en el que no hubo goles. Yo tenía unos diez años y todavía recuerdo mi estupefacción. La cancha era enorme en serio. Fue como dice un tema de Calamaro: “Me aplastó ver al gigante”. Pero, para mayor gloria de aquel día, no fue un dato para nada menor que allí estuviesen los uruguayos. Justo los uruguayos.

Yo, gallina, una vez le di la mano a un técnico de Boca: al "Maestro" Tabárez... uruguayo, claro. Lloro con los discursos del Pepe Mujica. Muero de emoción cuando me entero de que las obras de Ricardo Fort en Montevideo no tienen éxito. Me enamoro de Natalia Oreiro y de todas las pelotudeces que hace. Con Victor Hugo Morales me fumaría un porro (con Nati Oreiro también). A Eduardo Galeano lo quiero como al abuelo cuenta-cuentos que nunca tuve.

Es conocida la frase que dice: “Los uruguayos son como los argentinos, pero sin nuestros defectos”. Seré objetivo: eso a mí no me consta. Sin embargo, como todo enamorado, en el fondo soy incapaz de ver los defectos de mi ser amado. Así, no falta quien me dice: “La mierda perfumada de Punta del Este también es Uruguay”, o “En Uruguay se cagan de hambre peor que acá, ¿qué te creés?” o “También hay uruguayos garcas, como el ex novio de Susana, Jorge Rama”. Y sí, probablemente tengan razón, probablemente Uruguay esté hecho de humanos también. ¿Pero a mí qué me importa?

***

Tenía diez años y estaba por primera vez en la cancha de River. El partido era aburrido, y la tribuna se puso a cantar: 

—¡Hay que saltar, hay que saltar... el que no salta es de Uruguay!

De haber habido goles, yo hubiese gritado, con pasión, los de Argentina. De eso no tengo dudas. 

Sin embargo, cuando se produjo ese cantito, yo no salté.

1 comentario:

  1. A mi también me pasa cabezón desde que fuí a Colonia, me caen más que bien los charruas y en el mundial los banque a morir! Sebas.-

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