29 de julio de 2010

Dentro de la caja

Una chica baja las escaleras y se mete en el subte. Lleva con ella una caja con seis o siete agujeros en la tapa. Los agujeros están hechos al azar, sin un patrón simétrico que los ordene. A excepción de la caja, nada hay en la chica que merezca ser dicho.

Pelo castaño claro o rubio oscurecido, ya no recuerdo. La chica se sienta en uno de los asientos y empieza a llamar la atención de unos chicos de la calle, que comparten con ella el vagón. "¿Qué lleva ahí dentro, doña?". "Un gato", contesta la chica. "¿A verlo?". "No". "¿No se puede ver, doña?". "No". "¿Es tuyo?". "No, se lo estoy llevando a una amiga. Se lo voy a regalar". La chica, al fin, brinda un poco de información. Luego los chicos se calman; hasta el misterio acaba por aburrirlos. 

Sin embargo, los demás pasajeros son quienes ahora están inquietos. Parecía que andaban en la suya, pero en verdad iban siguiendo todo. Uno de ellos soy yo, pero yo sólo veo lo que pasa. También tengo ganas de ver el gato, cómo no, pero procuro no mostrarlas. Los demás mueven las cabezas, cabezas inquietas, cabezas de gallina: quieren ver entre los agujeros, quieren ver el gato. La chica percibe las ganas de todos, pero permanece inmóvil; sus dos manos agarran la caja, una de cada lado. Nadie dice nada ni hace nada, y el recorrido termina como cualquier recorrido de subte. 

Todos bajamos y yo ya creo entender qué pasa. La chica va delante de mí y me muevo rápido para alcanzarla. Ahora lleva el gato con su mano derecha; con la otra toquetea su celular. Por el lado derecho, entonces, paso bruscamente, buscando chocar contra la caja. Logro el objetivo: la caja cae y la tapa cae a unos centímetros de ella. No veo ningún gato dentro de su casita transitoria. Armado de todo el sarcasmo que una victoria puede regalar, le digo: "Te tiré la caja, disculpame, ¿te ayudo?". Recibo un “no” como respuesta y sigo caminando. La chica se agacha con naturalidad y no parece estar alterada por mi descubrimiento. Rearma su cajita, se aleja de la multitud y se dirige hacia el otro subte, que está por salir del otro andén: pese a todo, sabe que el mundo siempre estará lleno de gente que mire y chicos que pregunten.

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